17 de enero de 2010
El Sol de México
Ciudad de México.- El corazón de la cultura de la Ciudad de México, el Palacio de Bellas Artes, empezó a latir en 1934, cuando fue inaugurado después de ser concebido por Don Porfirio Díaz como el futuro Teatro Nacional y hasta fueron echados sus primeros cimientos en 1904 durante su régimen, pero el movimiento revolucionario y su huida a París no lo dejaron contemplar su obra terminada, al igual que su Palacio Legislativo y que quedó en el Monumento a la Revolución.
Como una caja de regalos, cubierta con papel blanco, el visitante nacional y extranjero puede encontrar en su interior un museo de la arquitectura: sus muros están adornados con obras de los pintores muralistas mexicanos. Por su salón de espectáculos han pasado concertistas de talla internacional y artistas populares. Entrar al lobby, su sala de espectáculos, galerías y salones es reconocer que el italiano Adamo Boari proyectó una verdadera obra de arte de la arquitectura mundial, digno de admirarse y vivirse.
En el edificio, su creador resumió lo mejor que había de los teatros de la época y lo adaptó a su idea, por ejemplo trasladó la cúpula, que se acostumbraba colocarla sobre la sala, al frente del edificio, remató un hall de altura enorme, colocó a los lados dos semicúpulas con doble curvaturas para darle un toque bizantino. Fue convencional en su propuesta de sala de espectáculos, a la italiana, con un cupo de 1,791 asistentes distribuidos en palcos, luneta y galerías, además del balcón presidencial, situado exactamente a medio recinto.
El gran teatro debía terminarse en cuatro años, en 1908, pero se demoró primero a causa del aumento de los costos y poco después por hundimientos que se presentaron, lo cual hubiera podido evitarse con la participación del arquitecto Gonzalo Garita, quien también colaboró con Boari en la construcción del Palacio Postal, que a diferencia de Bellas Artes no se ha sumido.
Como quiera que sea, Adamo Boari frenó el hundimiento de la construcción con inyecciones de cal y cuando se disponía a reiniciar los trabajos constructivo vino la Revolución y el arquitecto dejó el país en 1916 y no fue sino hasta 1932 que se iniciaron nuevamente las labores de edificación, esta vez a cargo del arquitecto mexicano Federico Mariscal, quien retomó el proyecto. Así, recubrió la estructura de acero del edificio con muros de concreto y mármol blanco y sepia claro, mientras que los elementos escultóricos, columnas y cornisas se laboraron en mármol de Carrara.
Uno de los adornos principales, a cargo del italiano Leonardo Bistolfi, es el altorrelieve del luneto mayor, ubicado al centro, en la parte superior de la fachada principal y es la representación de La Armonía, al que se agrupan los grupos de La Inspiración y la Música, sobre el arco, para formar la Sinfonía. Los altorrelieves de las fachadas laterales brotan directamente de los muros, figuran cuatro figuras colosales desnudos de mujer. Ahí también, hay detalles de la cultura mexicana como serpientes aztecas, y caballeros águilas y tigre de los antepechos de los balcones.
André Allar aportó las seis figuras que están en los nichos de las terrazas de las fachadas principal y laterales, las cuales iban a adornar el Palacio Legislativo, por eso representan temas vinculados a la actividad parlamentaria como La Fuerza, La Paz y la Elocuencia, El Trabajo, La Verdad y la Ley; mientras las 10 puertas y rejas de hierro forjado se le encargaron al italiano Alessandro Mazzucotelli, que complementaron otras 14 hechas, a imitación de las primeras, por Luis Romero.
En la antesala, el arquitecto Federico Mariscal aplicó revestimientos de mármoles nacionales y extranjeros tanto en los pisos como en los pilares y pilastras: blanco de Carrara, negro de Monterrey, rojo de Torreón y rosa de Querétaro. Los escalones son de granito noruego que habían sido labrados para el inacabado Palacio Legislativo. Destacan las lámparas y otros elementos decorativos art déco realizados en París por la casa Edgar Brandt, con motivos mexicanos como mascarones mayas en acero y cactáceas de bronce.
El grupo escultórico de bronce que remata la cúpula principal es del húngaro Géza Maróti, que junto con las laterales corresponden al estilo decorativo art déco. Finalmente, a ese inmueble tan hermoso por fuera, por dentro también fue adornado con lo mejor del arte muralista mexicano, como son las obras de Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo, Jorge González Camarena, Roberto Montenegro y Manuel Rodríguez Lozano.