El Universal
Martes 09 de marzo de 2010
yanet.aguilar@eluniversal.com.mx
A 35 metros de altura, desde el mirador de la Columna de la Independencia, el ruido del claxon de los autos que circulan sobre avenida Reforma todavía alcanza a enturbiar la voz de Jean Meyer. El historiador de origen francés que llegó a México en 1965 reflexiona sobre la personalidad de Miguel Hidalgo a casi 202 años de distancia de que el cura de Dolores comenzó gestar la Independencia de México.
Sobre “los restos de los restos de los restos de Hidalgo y de otros héroes de la Independencia” -dice el historiador- depositados bajo el Ángel, Jean Meyer, protegido por un sombrero y mirando hacia el Monumento a los Niños Héroes, reconoce que Hidalgo es fascinante: “Cómo no quedar fascinado por ese hombre de gran complejidad humana”, dice.
Llegar a la cima del Ángel de la Independencia fue sencillo para el profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE); luego de rondar las urnas donde están depositados los restos de Hidalgo, Morelos, Guerrero y Aldama, entre otros, subió los 200 escalones de metal hasta quedar a los pies de esa figura alada y empezar a hablar del cura Hidalgo, protagonista central de su novela histórica Camino a Baján, publicada por Tusquets dentro de su colección Centenarios.
El historiador, que asegura no poder ser novelista -porque “soy demasiado historiador para escribir novelas históricas; me cuesta mucho trabajo soltar el barandal del documento histórico e irme por la libre”- usa metáforas sobre el título Camino a Baján, que no es más que el sendero hacia la muerte de Hidalgo.
Meyer mira hacia el Castillo de Chapultepec al tiempo que asegura que por desgracia “conocemos el desenlace, sabemos que al final y después de sus triunfos, de su apoteosis, de su entrada a Valladolid y a Guadalajara, viene la Derrota de Calderón que lleva a los insurgentes a huir hacia Estados Unidos”.
Ese camino llevó a Hidalgo a un lugar perdido del desierto, no muy lejos de Saltillo, un rancho llamado Acatita de Baján, donde lo aprehendieron, procesaron y le dieron muerte. “Nosotros conocemos el destino de Hidalgo, Camino a Baján es un título que anuncia el final del héroe”, dice el historiador que apura el enlace con el lugar donde está parado.
“Ese camino llega hasta esta columna de la Independencia; ciertamente los restos de los restos de los restos de Hidalgo y de otros héroes de la Independencia están aquí. Llama la atención que todos hayan tenido un destino trágico. Hidalgo fusilado, Morelos fusilado, Iturbide fusilado, Guerrero fusilado, Allende fusilado, ninguno de los grandes se salvó. Eso sumado a que la guerra de Independencia tiene todos los aspectos de la guerra con la muerte omnipresente”, comenta el historiador mexicano.
Tras los pasos del cura Hidalgo
Instalado a los pies del ángel dorado, Jean Meyer recuerda que a partir de Manuel Lozada, un líder agrario del Occidente cuyo estudio le apasiona, comenzó a conocer a Miguel Hidalgo y comprobó que era un personaje interesante al leer al historiador Carlos Herrejón. “Supe que Hidalgo no recibió ninguna influencia de filósofos de la ilustración, aunque sí tuvo una influencia francesa muy fuerte pero del siglo XVII”.
En sus manos sostiene Camino a Baján -que tuvo una primera versión en 1993 bajo el título Los tambores de Calderón- y una biografía de Miguel Hidalgo que hizo para Clío. Sabe que al final de su vida el cura se arrepintió y ese se convirtió en un episodio que poco se menciona en la historia nacional.
“Vemos que el hombre se arrepiente de toda la sangre vertida y de haber escogido la violencia. Carlos Herrejón demostró que pasó lo mismo con Morelos. Fueron hombres sinceramente preocupados, su levantamiento de verdad fue motivado por el hecho de que Napoleón había secuestrado la monarquía española, cuando llega la noticia de que Fernando VII es libre y Napoleón fue derrotado, les falta un elemento esencial para justificar su conducta”, reconoce Meyer.
Antes de bajar los 200 escalones que lo pondrán casi al ras del Hidalgo labrado en mármol que tiene a sus pies a la Historia que escribe, Jean Meyer señala que es inevitable que ese cura que comenzó la gesta al grito de “¡Viva Fernando VII! ¡Muera el mal gobierno!”, se convirtiera en una estatua que es fría, no se mueve y por la que no corre la sangre.