Por un momento, imaginémonos ubicados en el interior del cerebro de Carlos Montemayor. Y miremos en su mente, en un momento agraciado de creatividad, las interrelaciones neuronales haciendo sinapsis simultáneas entre zonas distantes de su corteza cerebral y creando, a lo largo de su recorrido, enlaces inesperados.
Por ejemplo, las afinidades sonoras entre una frase en latín, un canto zapoteco y una melodía popular del Mediterráneo o la revelación de un verso de La Eneida como una primera piedra o la piedra de toque en la construcción de su propio trabajo literario.
Jacques Lacan, renovador del psicoanálisis freudiano, solía decir que nuestra mente, sobre todo en su parte más oculta, es decir el inconsciente, se asemeja en su funcionamiento a una fuga de Sebastian Bach o a un poema de Sthephen Mallarmé. Agregaría, asimismo, su semejanza a esas representaciones de lo infinito en los grabados M. C. Escher. Ensamble de voces o imágenes contrapuestas que van intercalándose y regenerándose entre sí gracias a un diseño evolutivo y a los inesperados golpes del azar («Todo pensamiento emite un golpe de dados», como diría Mallarmé) que emergen de los fondos subterráneos de la mente.
Pues bien, ojalá que en esta mesa de lectores y amigos de Carlos Montemayor lográramos un entrelazamiento y una suma final de voces que nos permitieran comprender el pensamiento de Carlos y adentrarnos en los procesos de su espíritu creador. Integrar en una, estas tres voces críticas, diferentes y acaso complementarias. Por ejemplo, Arturo Rico, la primera voz; Martha Estela Torres, la segunda voz y yo, la tercera, y que esta reunión plural fuera una serie de voces en escala que, precisamente, escale el pensamiento de Montemayor hasta arribar a sus fuentes originarias. La creación sólo podemos entenderla a través de un acto creador.
¿Cómo reunir los diversos registros tonales, cómo crear una armonía, dando relieve a lo individual sin perder de vista, y de oído, el conjunto de la obra de Montemayor? En voz del propio Carlos esto es tan claro como el agua y transparente como el aire.
***Su niñez y adolescencia estuvieron marcadas por las armas…
Nos dice con su voz pausada: «Todas mis tareas [literarias] tienen el mismo hilo conductor: lo clandestino, lo subterráneo, el subsuelo», y este hilo guía, esta especie de voz madre, que parece entretejer la mayor parte de su variada obra, tiene entre sus orígenes el lugar de su nacimiento, Parral, y un primer levantamiento armado del México postrevolucionario, registrado a mediados de los años sesenta en Madera, Chihuahua.
Carlos lo explica así: «Desde la infancia mi formación se asoció con la minería [...] Y mi niñez y parte de la adolescencia estuvieron muy marcadas por la presencia de las armas [...] todo esto se evidencia en varios de mis poemas, cuentos y novelas». Es decir, lo subterráneo, el mundo debajo del mundo representado por las minas y la vida de los gambusinos, tema y atmósfera en sus primeras novelas, y lo subversivo, el asalto guerrillero al cuartel militar en Madera, cuando Carlos cumple la mayoría de edad, subyacen en su escritura política y sus historias sobre las rebeliones guerrilleras, como una huella que adquiere relieve y se re-significa, sobre todo, en los momentos clave y explosivos de la guerrilla a lo largo de casi tres décadas, del 23 de septiembre de 1965, en Chihuahua, al 1o. de enero de 1995, en Chiapas, levantamientos rebeldes que parecieran ser la extensión, en una segunda parte, de una revolución mexicana inconclusa.
En cada destino humano hay una entremezcla muy particular de herencia genética, memoria del espíritu e historia natural y cultural. Nuestros orígenes y causas no tienen una fuente visible y cristalina, sino que fluyen de diversos y profundos manantiales. Montemayor reconoce en su trabajo literario una fuente pequeña, pero primordial, al igual que un estímulo mínimo desencadenante de grandes sucesos.
Es un verso del autor de La Eneida, del escritor latino Publio Virgilio: «Arma virumque cano», es decir: «Canto las armas y el hombre». Esta frase al inicio de la obra virgiliana, acompaña a Carlos como un eje o una divisa poética de sus primeros a sus últimos libros. «Arma virumque cano», aparece a manera de epígrafe en la serie de poemas «Las armas y el polvo» de su libro «Abril y otros poemas», editado cuando Carlos cumplía los treinta y dos años. Y en adelante, la referencia a las armas será un motivo recurrente, un leit-motif, de su trabajo en las próximas tres décadas, es decir hasta 2010, el año de su muerte.
Los poemas de «Las armas y el polvo» son una raíz y una arborescencia en la obra de Montemayor, antecedidos por «Las armas del viento» y posteriormente por las novelas «Guerra en el paraíso», «Las armas del alba» y «Las mujeres del alba». En estos escritos, intenta trasladar su interpretación muy personal de los clásicos grecolatinos. «La mayor parte de la literatura griega y latina -nos dice Carlos- es una literatura política, realista, que no tiene el menor interés por la fantasía o el lujo verbal.
***El parralense nunca estuvo en la línea de los escritores de ficción
Es una literatura muy directa que habla de las luchas políticas de su tiempo [...] Es la gran literatura realista de todos los tiempos». Y en base a otras reflexiones semejantes, le da estructura a su escritura sobre la insurgencia guerrillera y la guerra sucia en México.
Lo que sí es cierto es que esta interpretación de Carlos sobre sus clásicos amados, la idea de que sus obras históricas y literarias son la expresión «de las luchas políticas de su tiempo», significa uno de los fundamentos de su propia narrativa, libre en apariencia de excesos metafóricos y de las fantasías de la ficción. Asimismo, en otro momento, hace una declaración plena, más bien franca, digna de un hijo preclaro de Parral: «Bastante trabajo es para un norteño como yo el afanarse en escribir libros e historias, y no estar dedicado a ocupaciones como la minería o la ganadería, bastante trabajo es en sí, para que ahora vengan a decirme que soy un escritor de ficción».
Montemayor no admite la etiqueta de autor de «ficción» o de habitante distinguido de los «reinos de la imaginación», a los cuales se supone pertenecen los artistas y escritores. Tal clasificación es para el autor de «Las armas del alba» más bien una descalificación, una especie de expulsión de la realidad. Considera que la ficción -y para él la misma acción política podría ser más ficción que la literaria- es la que termina imponiendo la versión oficial de la historia, contraria a la realidad secreta y multifacética develada por la literatura y el arte.
Del mismo modo, me parece que sus relatos sobre la guerrilla y el espionaje político en México no entran en el rubro norteamericano de novela non fiction. La propuesta literaria de Montemayor es contar las historias humanas de su tiempo en base al armazón poético y a las visiones épicas de Homero, Eurípides, Esquilo, Virgilio. La suya es una apuesta narrativa de un gran valor documental, mas debo expresar que, sin dejar de reconocer sus fundamentos clásicos, su compleja estructura y la integración coral de voces nunca oídas, como en «Las mujeres del alba», debo decir sobre sus obras narrativo-políticas que, a lo largo de muchas de sus páginas, extraño al poeta y al narrador mismo, la prosa elegante e inteligente de Carlos Montemayor.
Con textos de Rubén Mejía, leídos ante el grupo de análisis de la obra de Montemayor en la pasada Feria del Libro 2011.
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