Carlos Urquidi G.
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Chihuahua, México- Mencionar el nombre
de Luz Concepción Pérez Chávez tal vez no recree nada en la memoria fuera de su
entorno familiar, pero si mencionamos el nombre de Conchita de Mendoza,
entonces la cosa cambia totalmente y los recuerdos serán miles y los aplausos
aún más, sobretodo en la comunidad teatral chihuahuense.
Ambos nombres se refieren a la misma
persona. Y definitivamente, no se pude hablar de teatro en Chihuahua, sin
mencionar a Conchita de Mendoza, ‘La dama del teatro’.
Y será este próximo miércoles 29 de
mayo, cuando el grupo ‘Amigos de Nacho Medrano’ con el apoyo del Instituto
Chihuahuense de la Cultura, rindan un merecido homenaje a la primera actriz en
el Teatro de Cámara Fernando Saavedra por toda una vida dedicada a las artes
escénicas.
Todos los chihuahuenses están
invitados en punto de las 8 de la noche a brindar un aplauso a uno de los
pilares del teatro.
Conchita de Mendoza nació en la ciudad
de Cuauhtémoc y debuta en el teatro en el año de 1961 con la obra de Edgar
Neville, ‘El baile’, dirigida por Bertha G. de Cano, en el grupo de teatro de
la Casa de la asegurada (IMSS) y a partir de entonces, la historia comenzó a
escribirse.
Su imparable carrera continuó con, ‘No
se reparten esquelas’, ‘Noroachic’, ‘Los habladores’, ‘Las 5 advertencias de
Satanás’ y ‘Te juro Juana que tengo ganas’.
José Fuentes Mares está ligado
fuertemente a la carrera de la actriz, ya que fue quien la bautizó
artísticamente como Conchita de Mendoza, y son precisamente, dos obras de la
autoría de Fuentes Mares, ‘La Emperatriz: desvarío de amor en tres actos’, y su
‘Su alteza serenísima’ las que le dan el estatus de Primera Actriz.
‘Su alteza serenísima’ logró imponer
récord de presentaciones, cosa inédita para el teatro chihuahuense.
Conchita de Mendoza llegó al teatro
por una casualidad del destino, iba a inscribirse a un curso de cocina y
terminó desarrollando una de las carreras más fructíferas dentro de la
actuación.
Dio vida de forma sin igual a los
personajes creados por los grandes de la literatura como Miguel de Cervantes
Saavedra u Oscar Wilde. De los mexicanos como Emilio
Carballido y Oscar Liera.
Figura central en obras como
‘Descalzos en el parque’, ‘Fotografía en la playa’, ‘Pecado en la isla de las
cabras’, ‘La importancia de llamarse Ernesto’, ‘Pesadilla de una noche de
verano’ y ‘Ella, él y Salomón’.
Dirigida por los grandes de Chihuahua
como Jesús Ramírez (‘Ella, él y Salomón’, 1976), con quien también compartió
actuación y por si fuera poco, Ramírez tuvo a bien juntarla con el ícono del
teatro en Chihuahua, Oscar Erives en la puesta en escena, ‘Intimamente unidos’
(1979); Fernando Chávez Amaya la dirige en ‘Pastores de Belén’; Fernando
Saavedra la reunió en duelo de actuaciones con Manuel Talavera, otro grande de Chihuahua,
en la puesta en escena de ‘El Gesticulador’.
También fue dirigida por el talentoso,
Mario Humberto Chávez.
Aplausos aparte merece su
participación en el espectáculo ‘Ecos teatrales’, donde se recrean pasajes de
las obras de José Fuentes Mares.
En 2011 actúa en ‘Tomochi: la rebelión
de un pueblo y ese mismo año, la LXIII Legislatura del H. Congreso del Estado
de Chihuahua le ofrece un merecido reconocimiento.
Uno de los grandes actores de
Chihuahua, Oscar Erives, escribe en sus recuerdos sobre la actriz y con quien
actuó en varias ocasiones, ‘De Conchita puedo decir que su desarrollo como
actriz queda demostrado en tantos personajes que ha caracterizado y por los que
ha recibido nutridos aplausos en el escenario. Actriz consentida de Fernando Saavedra
y del Lic. José Fuentes Mares quienes la pusieron en la cima de la actuación
con su monólogo 'La emperatriz' y después con su estupenda Serafina, personaje
de 'Te juro Juana que tengo ganas', obra que Emilio Carballido entregó a
Fernando Saavedra para su estreno mundial. Exitosa la obra y genial el
personaje de Conchita de Mendoza. Todo mi respeto y mi admiración para ella’.
Y ahora, este miércoles 29 de mayo, la
comunidad se suma al aplauso a una de las grandes del teatro en Chihuahua. Un
día de y para Conchita de Mendoza. Punto, hasta aquí.
AMIGOS DE NACHO MEDRANO: LUIS IVÁN CARLOS HERNÁNDEZ, FLOR MARÍA VARGAS, MARÍA ELENA LOO, ADOLFO BARRAZA, LAURA LEE, MARGARITA MUÑOZ, EFREN MARTÍNEZ, PATRICÍA RIVERO, ROCÍO VENCES, MARTÍN HERNÁNDEZ MOLINA, ZULEMA DE MARTÍNEZ Y VIKY MAULEÓN.
Concha
de Mendoza, la “Emperatriz” del teatro chihuahuense
Por: Flor María Vargas
La niña Luz Concepción
Pérez Chávez –Conchita como cariñosamente se les dice en estas latitudes a
quien lleva ese nombre tan castizo de Concepción- nació en Cuauhtémoc, industriosa ciudad del Estado de
Chihuahua ubicada hacia el noroeste de la capital, al pie de la sierra Tarahumara. La antigua San Antonio de los Arenales
se caracteriza por ser punto de confluencia para el intercambio comercial y
cultural de los indígenas, mestizos y menonitas;
y por ser un importantísimo centro de producción de manzana, fruta que se
identifica mundialmente con el norteño estado de Chihuahua.
Los padres de
Conchita fueron el Sr. Jesús Pérez Silva cuyos orígenes se remontan al pueblito
de “Llanos de Reforma” o “ Rancho
de Pérez”, y la Sra. Serafina
“Fina” Chávez, quien venía de
Rancho de Santiago, distrito de Guerrero.
En Llanos de
Reforma, que originalmente se llamaba Llanos de San Juan Bautista, su bisabuelo don Ramón Pérez fue quien
donó los terrenos para ubicar el internado para niñas que fundó el Padre Llergo
en Carichi. Conchita recuerda con
una gran emoción aquella solariega casa de la familia en el rancho, sencilla
casa de campesinos pero a la vez dotada de lujos que no eran comunes en esas tierras, reflejo de un pasado
familiar holgado y próspero.
En Cuauhtémoc pasó
su infancia y primera juventud, incorporándose temprano a la vida laboral como
empleada del Banco Nacional de México,
empleo al que renunció cuando la familia emigró hacia la principal urbe del
estado, Chihuahua, donde fue contratada como secretaria en la ferretería de su
tío.
Iniciaba la
década de los sesentas y nuestra
provinciana entidad no podía escapar de los signos modernizadores de ese tiempo,
el Instituto Mexicano del Seguro
Social que promovía en todo México la capacitación en artes, oficios y
artesanías para población abierta,
había ubicando su centro de
operaciones local en la esquina de Av. Ocampo y Calle Aldama en el magnífico
edificio de la familia Terrazas, mismo que hoy alberga un restaurante de lujo.
La joven
Conchita, casi recién llegada a la ciudad, paseaba por ahí cuando leyó un
cartel que anunciaba clases de cocina en la “Casa de la Asegurada”, se dirigió
hacia allá para inscribirse, al pasar cerca de una de las aulas escuchó ruidos
y risas, curiosa se acercó a ver de qué se trataba, se enteró que era la clase
de teatro que impartía la maestra Bertha G. de Cano y en un tris tras ya estaba integrada al grupo leyendo parte
del scrip. En la misma sesión se
decidió montar la obra “El baile” de Edgar Neville y le dieron el protagónico.
No obstante su intención inicial, ese mismo día tuvo que decidir, o teatro o
cocina, la opción que tomó ya es historia, a pesar de que, según ella dice, ha
debido cocinar toda su vida. Comenzó así una afición y un modo de vida que no
abandonaría nunca, el teatro.
Conchita relata
esta anécdota con peculiar sentido del humor y con una gran carga de
emotividad, entre líneas puede leerse una sentencia que parecería tomada del
teatro griego: el destino es ineludible y en su destino estaba signado que
habría de ser actriz, porque le era natural a su personalidad alegre,
chispeante y decidida.
“El baile”, donde
también participó Joaquín Fernando Aragón, se estrenó en El paraninfo en
1960.
Entre sus
compañeros del grupo de la Asegurada se contaban también: Fernando Rivera Soto,
Rosa María de las Casas, Estela
Navarro, Beto Montoya, Aurora Lara Ruíz
y René Rojero. Este grupo,
especialmente por recomendación de Rosa María de las Casas, tomó la decisión de
invitar al maestro Fernando Saavedra para que los guiara en el siguiente
montaje, en sustitución de Bertha G. de Cano que cambió su
residencia a la ciudad de México.
Fernando Saavedra
aceptó la invitación y bajo su conducción montaron “Norogachi”, obra original
de un chihuahuense radicado en California, Federico Seitfer. Esa sería la
primera obra dirigida por el legendario maestro y director en Chihuahua y no
“La danza que sueña la tortuga” como muchos creen, la cual en realidad fue la
segunda.
Con la llegada de
Saavedra, en Chihuahua se desata
una dinámica imparable, historia reciente que es del dominio público pero que
sin embargo requiere mayor
investigación pero sobre todo mucho más valoración.
Conchita fue
partícipe protagónica o en los repartos de muchas de las obras que se montaron
en esos años, entre las que se cuentan: “No se reparten esquelas” y “las
cinco advertencias de Satanás”,
hasta que debió hacer un alto obligado en su vida al contraer matrimonio con
quien ha sido su más fiel admirador y compañero de vida, Miguel Mendoza.
Conchita y “Maiko”,
como le dice amorosamente ella a
su esposo, se conocieron desde la infancia. He aquí otra fabulosa historia que
ratifica el poder del destino. Se conocían desde pequeños porque nacieron de
dos ramas de la misma familia ya que los abuelos de ambos eran hermanos. Siendo
niños coincidieron en una boda familiar en donde el pequeño Miguel sintió la atracción de bailar
con aquella primita, lo cual sin duda fue una señal premonitoria.
La familia de
Miguel migró a la ciudad de México
y los primos no volvieron a verse en muchos años hasta que Conchita, durante
unas vacaciones viajó para allá junto
con sus familiares. La visita a los parientes radicados en aquella ciudad era
más que obligada, los jóvenes se reencontraron y a partir de ese momento
forjaron una amistad entrañable.
Miguel relata que
durante esos días del encuentro en la ciudad de México, llevó a Conchita al
teatro, para él fue su primera vez ante la experiencia teatral como espectador
y quedó impactado. Una vez que se despidieron comenzaron a escribirse, el ejercicio de
comunicarse epistolarmente les permitió conocer las ideas y sentimientos del
otro de manera profunda y auténtica, consolidando así la amistad y haciendo
crecer los sentimientos entre ellos.
Unos meses más
tarde, Miguel devolvió la visita. En Chihuahua la acompañó a los ensayos,
presentaciones y a las reuniones del grupo, logrando crear fuertes lazos de
amistad con Fernando Saavedra, así como con el resto de amistades de Conchita. A su regreso al centro
del país ya iba comprometido. Su
padre, don Miguel R. Mendoza pidió formalmente la mano de la novia por correo.
Se casaron por el
civil en la Ciudad de México el 30 de diciembre de 1964, 3 días más tarde, el 2
de enero de 1965 se ofició el matrimonio religioso en esta ciudad, en el Templo de Nuestra Señora del
Refugio. Por cierto que Miguel debió cumplir de manera expedita con todos los
sacramentos que le faltaban para que el padre Porras accediera a proceder con el casamiento.
Miguel es un hombre ilustre e ilustrado que ha
compartido cabalmente la carrera teatral de su esposa y no solo eso, sino que
ha sido su principal soporte. Ambos admiten que si bien la familia de Conchita parecía
tolerante a la extraña afición de la joven, no la aprobaban totalmente,
mientras que en él, ella encontró un poderoso aliado.
A la vuelta de
los años, el esposo admite haber llevado una relación matrimonial plácida y
armónica, pues ambos, además de la afición al teatro y la responsabilidad de
crear a los hijos, comparten el
gusto por la lectura, y suelen intercambiar comentarios y conversar sobre los
libros leídos. Conchita –dice Miguel- ha sido una excelente compañera de vida,
muy buena madre, hija y hermana, hasta el sacrificio, además de extraordinaria
administradora y espléndida cocinera.
Así, Conchita
Pérez Chávez, pasó a ser Conchita de Mendoza, según la costumbre de llevar el
apellido del esposo, que se convirtió también en su nombre artístico. Los recién
casados se radicaron en la ciudad de México, tiempo que Conchita duró retirada
del teatro y dio a luz a su primer
hijo: Miguel.
La pareja tiene
en total tres hijos, a Miguel le siguen Jorge y Mauricio, quienes le han sumado descendencia de varios
nietos y nietas que hacen la delicia a sus abuelos.
Después de
radicar dos años en México, los
Mendoza Pérez regresaron a
Chihuahua para quedarse definitivamente y Conchita retomó su camino por la
senda del teatro.
Un hito
importantísimo en su carrera fue,
sin duda, la puesta en escena de
“La Emperatriz. Desvarío de amor en
tres tiempos”, obra del maestro José Fuentes Mares.
Conchita y miguel
entablaron una sólida amistad con los Fuentes Mares, en el tiempo que el
maestro colaboraba con el Banco Comermex,
propiedad de la familia Vallina. Subyugado por la trágica historia de la
consorte del emperador Maximiliano
de Habsburgo, la emperatriz Carlota de Austria, se dice que Fuentes Mares
durante un fin de semana en Majalca escribió la obra que cedió a la actriz para
su estreno. Se trata de un dramático monólogo que describe el desvarío mental
de la emperatriz refugiada en el Vaticano después del fusilamiento de
Maximiliano.
Pero no solo eso,
el montaje, producción y difusión corrió por cuenta de Comermex a través de su
Departamento de Promoción Cultural. Fue una gran experiencia, según relata la
misma Concha de Mendoza, bautizada así por el mismísimo Fuentes Mares, quien
consideraba que el diminutivo le restaba fuerza al nombre
Concha de Mendoza
como primera actriz recibió un sueldo por su trabajo en escena, el director y otros
colaboradores, asimismo el banco se hizo cargo de la producción y todos los
gastos relativos a la gira que se llevó a cabo por varias ciudades del estado y
del norte.
Como dato
curioso, hubo un preestreno, una
función privada para el Sr. Vallina, en su casa, teniendo como espectadores a
la familia y amistades cercanas. El estreno oficial ocurrió en la ciudad natal
de la actriz, Cuauhtémoc, en el salón de los Caballeros de Colón.
La gira los llevó
a Chihuahua, Delicias, Camargo, Parral, Ciudad Juárez, Torreón, Durango. Las presentaciones eran
gratuitas para el público, generalmente clientes del banco y los encargados de
la logística eran los gerentes de las sucursales, quienes se esmeraban por
tratar a la actriz como una verdadera emperatriz ofreciéndole todo tipo de
atenciones, desde lujosos ramos de flores y suntuosas cenas al finalizar las
funciones.
Ni duda cabe que
Comermex se tomó muy en serio la promoción cultural y particularmente favoreció
el desarrollo del arte escénico, ya que cada año patrocinaba la muestra de
teatro donde tantos y tan buenos actores, directores y dramaturgos que ya son
leyenda en nuestro Estad hicieron
sus debuts.
Concha de Mendoza
ha trabajado con todas aquellas leyendas de nuestro teatro, fue dirigida por
Fernando Saavedra, Enrique Hernández Soto, Mario Humberto Chávez, Jesús Ramírez, Oscar Erives, Manuel
Talavera, Ernesto Medina, entre otros, y ha compartido escenario con una
incontable cantidad de actores.
Sus colegas la
definen como una actriz que proyecta una gran fuerza a sus personajes, fuerza
emocional que contrasta con su
frágil figura. Dice Vicky Mauleón que es como un vestido rojo que deslumbra
llamado la atención donde quiera
y relata la anécdota de cuando fueron a presentar “Vicente y María” en un pueblo donde se
adelantó la celebración de una boda para que la gente pudiese ir después a ver
la obra. Había una cena para los
novios y cuando menos lo pensaron se les había perdido Conchita, a la cual hallaron en la cocina ayudando en la preparación del
mole. Conchita quiere estar en
todo, es incansable y en el escenario, agrega, es un verdadero portento, se
mueve por instinto, casi sin necesidad de dirección.
Rocío Vences cuenta
otra historia. Filmaban “Un día,
un pueblo” en Madera, Conchita representaba a una madre doliente que lloraba inconsolable por la muerte
de su hijo durante el recorrido del cortejo fúnebre hacia el panteón, llovía y
hacia frío. La tristeza se había apoderado efectivamente del grupo de actores
en esa escena que culminaba en el momento en que se arrojaban los palazos de
tierra en la tumba, Concha de Mendoza en su papel realmente conmovía a los
participantes y al instante de escuchar ¡Corte! se transformó súbitamente en
una alegre niña que cantaba una canción infantil, obligando así a todos a salir
del trance.
De 1960, año de
su debut a la fecha, la primera
actriz Concha de Mendoza ha estado
siempre presente, perenne como los pinares de nuestra sierra, incansable como
lo son las mujeres nacidas de las raíces bravías y tiernas a la vez de nuestra
tierra, tan constante como el devenir de la vida y del teatro mismo en
Chihuahua se lo ha permitido. Forma parte de esa pléyade de artistas del
escenario de nuestro Estado, muy profesionales, que a pesar de los
pesares nunca han tirado la toalla. Y aquí siguen, esperando que se abra el
telón para salir a escena.