REFLECTA
Con toda su contundencia, un rostro se exhibe. La cara humana es sin
duda una de las cosas del mundo que más nos atrae y que más misterios nos plantea. Desde
siempre nos causa fascinación e intentamos, con conciencia o sin ella,
decodificar los signos que suponemos inscritos en él.
Y aunque este proceso es casi natural, el rostro humano tiene una
historia que está íntimamente relacionada al auge del individualismo que, al
menos desde el siglo XVIII en Occidente acompañó a la construcción de la
identidad del sujeto.
En cualquier interacción entre los seres humanos, la cara humana
constituye el foco de nuestra atención, a tal grado que establecemos sin
siquiera planteárnoslo una equivalencia entre el rostro y la identidad de las
personas con las que nos relacionamos.
Lo anterior, derivaría durante el siglo XIX en el origen del retrato
personal, y con el surgimiento de la fotografía, en la foto individualizada
como el eje sobre el que formalizamos la singularidad de cada cual en los
documentos de identidad. La cara, como las huellas dactilares o más
recientemente el ADN, deviene en la prueba de la irrepetibilidad de lo que
somos.
Y sin embargo, y después de millones de rostros observados, ante la
exhibición contundente de un rostro, nos encontramos como al principio:
curiosos e inquisitivos ante la necesidad y simultáneamente la posibilidad, de
decodificar los signos en que está inscrito ese libro abierto al que llamamos
cara humana.
Reflecta, de Tania Petite, nos invita a participar de
ese juego milenario que supone el encuentro de una multitud carnavalesca de
rostros que se muestran, que se exhiben, que nos retan a mirar activamente lo
que suponemos único e irrepetible, la huella de lo que somos.
Rostros gozosos, dolientes, culpígenos o deseosos, desfilan ante
nosotros. Rostros siempre perturbadores e inquisitivos. Rostros que además de
ser el objeto de
una gran cantidad de
cuestionamientos sobre lo que en ellos puede leerse, revelan una cualidad al
menos misteriosa y preocupante; en el acto mismo de ser escrutados, a su vez,
también nos observan.
Y en esa atónita mirada simultánea, se devela el misterio del juego de
los espejos… parafraseando a Machado, el rostro que ves... no es rostro porque
tú lo veas, es rostro porque te ve…
Participemos pues del que reto que Reflecta
nos plantea y tal vez descubramos que, ante las múltiples lecturas posibles
sobre lo que el rostro encierra, el misterio sea, acaso, su única verdad…