2009-12-07acuario1952@prodigy.net.mx
Poco tiempo después de entregar mis documentos para concursar en la selección del primer astronauta de México, recibí una llamada telefónica de la SCT. Debía presentarme al día siguiente, en ayunas, en unas instalaciones médicas situadas por la Calzada de las Bombas, en Coapa, D.F. Llegué puntualmente a las 7 de la mañana y cuando ingresé al cuarto de espera ya había otros aspirantes igualmente citados para realizar sus exámenes; muchos de ellos también eran de la UNAM. Como sin duda el lector puede comprender, todos nos veíamos unos a los otros de reojo, con amabilidad pero cierta desconfianza, pues la amistad sincera y el espíritu deportivo de competencia no existían ahí, dadas las circunstancias, ya que todos queríamos ganar. Y esta percepción yo la iba a constatar en la recta final y también cuando regresara del espacio.
Al vencer en la contienda, no sólo sería el primer mexicano y guerrerense, sino el primer puma en ir al Cosmos. Sí, el primer puma. Yo pertenecía al “grupo de los ingenieros” y había otros candidatos que estaban más ligados al llamado, según ellos, “grupo científico” de la UNAM. Por lo tanto, cuando resulté vencedor, las relaciones con determinados personajes universitarios de mi propia alma máter no fueron de lo mejor.
A pesar de ciertas adversidades, dicté muchas conferencias en universidades públicas y privadas por todo el país; también en facultades de diversos campus de la UNAM y sus directores siempre me recibían con mucha cordialidad y admiración. ¡Qué decir de los jóvenes estudiantes! Su afecto e interés por escucharme era aún mayor. La capacidad de los auditorios resultaba insuficiente. Era muy gratificante sentir el aprecio y el cariño de tanta gente.
Pero no todo habría de ser miel sobre hojuelas. Hubo algunas críticas y descalificaciones; varias de ellas, verdaderas pruebas de malinchismo. ¿Raro en estas tierras? Ciertas personas argumentaban que yo no era realmente un astronauta, sino un simple pasajero, alguien que se había ido de mosca en la nave; como quien dice, a pasear, porque sólo me había entrenado seis meses en la NASA. Se les olvidaba, por ignorancia o conveniencia, que nunca antes un hispanoamericano había ingresado a esas instalaciones para representar a su patria, que apenas los primeros astronautas no estadounidenses estaban siendo recibidos en Houston -no para pilotear, sino para realizar experimentos de su país- y que, además, todos ellos recibieron el mismo entrenamiento intensivo que yo.
Me pregunto si en Francia, por ejemplo, trataron igual a mi amigo y colega Patrick Baudry, el primer francés en volar con la NASA, también en 1985. ¿Y en Canadá y Alemania también habrán intentado pulverizar los méritos de sus astronautas pioneros de aquellos tiempos? Estoy seguro que no. Me duele decirlo, pero incluso en mi querida UNAM, durante estos 24 años, desde que concluyó nuestra misión en órbita terrestre, en diciembre de 1985, ningún rector ha hecho un reconocimiento o un sencillo homenaje al primer puma en el espacio. Ni siquiera lo ha invitado a comer. No soy egocéntrico, como algunos lectores han opinado; simplemente les platico las cosas como son y ustedes son libres de formar su propio criterio.
Como buena noticia, realmente maravillosa y para levantarles el ánimo, tengo el gusto de informarles que parece ser -según he platicado con diputados- que la creación de la Agencia Espacial Mexicana es inminente. ¡Al fin, después de un cuarto de siglo de espera y de lucha! Una batalla en la que reconozco que también han participado intensamente, por muchos años, profesionistas muy valiosos de la UNAM, el IPN, las Academias de Ingeniería, Medicina y Ciencias, el estado de Hidalgo y muchos otros que, en conjunto, deseamos que nuestras nuevas generaciones tengan más oportunidades de trabajo e investigación en la tecnología espacial. Enhorabuena y gracias a Santa Clós y a los Reyes Magos. Hasta la próxima.
Al vencer en la contienda, no sólo sería el primer mexicano y guerrerense, sino el primer puma en ir al Cosmos. Sí, el primer puma. Yo pertenecía al “grupo de los ingenieros” y había otros candidatos que estaban más ligados al llamado, según ellos, “grupo científico” de la UNAM. Por lo tanto, cuando resulté vencedor, las relaciones con determinados personajes universitarios de mi propia alma máter no fueron de lo mejor.
A pesar de ciertas adversidades, dicté muchas conferencias en universidades públicas y privadas por todo el país; también en facultades de diversos campus de la UNAM y sus directores siempre me recibían con mucha cordialidad y admiración. ¡Qué decir de los jóvenes estudiantes! Su afecto e interés por escucharme era aún mayor. La capacidad de los auditorios resultaba insuficiente. Era muy gratificante sentir el aprecio y el cariño de tanta gente.
Pero no todo habría de ser miel sobre hojuelas. Hubo algunas críticas y descalificaciones; varias de ellas, verdaderas pruebas de malinchismo. ¿Raro en estas tierras? Ciertas personas argumentaban que yo no era realmente un astronauta, sino un simple pasajero, alguien que se había ido de mosca en la nave; como quien dice, a pasear, porque sólo me había entrenado seis meses en la NASA. Se les olvidaba, por ignorancia o conveniencia, que nunca antes un hispanoamericano había ingresado a esas instalaciones para representar a su patria, que apenas los primeros astronautas no estadounidenses estaban siendo recibidos en Houston -no para pilotear, sino para realizar experimentos de su país- y que, además, todos ellos recibieron el mismo entrenamiento intensivo que yo.
Me pregunto si en Francia, por ejemplo, trataron igual a mi amigo y colega Patrick Baudry, el primer francés en volar con la NASA, también en 1985. ¿Y en Canadá y Alemania también habrán intentado pulverizar los méritos de sus astronautas pioneros de aquellos tiempos? Estoy seguro que no. Me duele decirlo, pero incluso en mi querida UNAM, durante estos 24 años, desde que concluyó nuestra misión en órbita terrestre, en diciembre de 1985, ningún rector ha hecho un reconocimiento o un sencillo homenaje al primer puma en el espacio. Ni siquiera lo ha invitado a comer. No soy egocéntrico, como algunos lectores han opinado; simplemente les platico las cosas como son y ustedes son libres de formar su propio criterio.
Como buena noticia, realmente maravillosa y para levantarles el ánimo, tengo el gusto de informarles que parece ser -según he platicado con diputados- que la creación de la Agencia Espacial Mexicana es inminente. ¡Al fin, después de un cuarto de siglo de espera y de lucha! Una batalla en la que reconozco que también han participado intensamente, por muchos años, profesionistas muy valiosos de la UNAM, el IPN, las Academias de Ingeniería, Medicina y Ciencias, el estado de Hidalgo y muchos otros que, en conjunto, deseamos que nuestras nuevas generaciones tengan más oportunidades de trabajo e investigación en la tecnología espacial. Enhorabuena y gracias a Santa Clós y a los Reyes Magos. Hasta la próxima.
